jueves, 25 de febrero de 2016

Taller 1



La Ciudad.

La unica imagen que me permite descansar luego de un día de trabajo más lento y gris que el anterior. Necesitaba un buen trago, algo para sentirme desconectado. Ja. Sentirme desconectado. Esa era buena.

Las luces del elevador subían lentamente, y el flexiplastico a mi espalda me invitaba a ver la ciudad, que nunca dormía, nunca apagaba las luces, que nunca deja de respirar. Y yo, como procurador del orden de esta ciudad corrupta, me contenía las ganas de poder saltar por ese vidrio y perderme en esas fauces eternas y obscuras. Malos sueños. Recurrentes.

Las luces de ese aero-camión, bajando fuera del elevador, y tomando velocidad hacia mi me daban otra idea mejor.

Sacar mi GP-44 “Enforcer”. Saltar hacia el flexiplástico. Disparar hacia el aero-camión.

Todo en dos punto cuatro segundos. Y un viaje al vacío mientras en un último impulso, descargo mi arma en la cabina y el tanque de hidropetróleo. La explosión me arroja mas rápido en mi descenso. Aún así, puedo ver por un momento otro camión igual, demasiado lejos para darle un par de tiros, pero lo suficientemente cerca para ver su patente. Sólo puedo ver piezas de vidrio, plastimetal y fuego se precipitan sobre mí, mucho antes que mi cuerpo contra el piso. De hecho, algo detiene mi caida. Algo duro, que también se quiebra y entierra en mi espalda. Dolor y sangre. No hay tiempo para ello. Veo a la espantada conductora del aero-porsche, mientras termino de despegarme de su parabrisas. El fuego y el plastimetal siguen cayendo. Caos. En un momento la muevo del volante, y cambio la ruta. Digo el comando verbal para investigar el otro vehículo. La computadora en mi cabeza me dice el nombre de dueño y dirección. Bien.

Cinco minutos después, y tomar al menos ocho atajos (y raspar con placer culpable la pintura del auto contra los estrechos pasajes), llego al almacén de la dirección de la patente. Le digo a la aterrada mujer en el asiento trasero, que por instrucciones del Procurador de la Sagrada Ley de Pelor, ella se encuentra obligada a ir a buscar ayuda a la central mas cercana, diciendo que el Oficial Charlie Llho-Well estaba herido y bajo ataque de pandillas. Sé que no llegarán a tiempo.

No importa.

Carga incendiaria. Veinte tiros. Suficiente.
Primer tiro. El portón. Segundo tiro, sujeto tras el camión. Caído. Otro tras el volante. Caído. Uno intenta sorprenderme desde el nivel superior del galpón. Reviento la cadena que sujeta su andamio. Cae sobre el camión, de cabeza sobre el parabrisas. Dos me disparan tras un par de barriles…de hidro-petróleo. Bum. Otro más me amenaza desde la espalda enterrando un cuchillo de fibro carbono. En un octavo de segundo le arrebato el arma, y guardo el cuchillo enterrando y girándolo en la base de la espalda. Felices días de competencias ilegales sobre tus nuevas ruedas, señor “Rápido y Furioso”.

Mis heridas. Una dislocación en el codo izquierdo por romper el flexiplástico. Dos costillas rotas, una contusión en la nuca por el impacto contra el aero-porsche. Tres impactos de bala por el galpón y los pandilleros. Llegan los refuerzos.

Termino nuevamente mi día, subiendo nuevamente por otro elevador.
Llego a mi departamento. Torta. Emparedados. Globos. Ponche. Un cartel intermitente que dice “¡¡Felices 27 años Charlie!!”. Mucha gente con la boca abierta, tratando de decir “¡¡Sorpresa!!”, y sólo ven un cuerpo cubierto de vendas, sangre y ganas de emborracharse.

Odio esto. Cada año. Siempre pasa. Siempre.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario